Por María Lozano
Una mujer humildemente vestida, con un rostro que reflejaba sufrimiento y derrota, entró a una tienda. Se acercó al dueño y avergonzada, le preguntó si podía llevarse algunas cosas fiadas. Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida.
El dueño, inflexible, le pidió que abandonara su tienda. Pero la mujer pensando en su familia continuó rogándole: ¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como pueda. El dueño se excusó diciendo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito en su tienda.
Cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer.
El cliente se acercó y le dijo al dueño de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia, pero éste no le hizo caso.
Se dirigió a la mujer y le preguntó: ¿Tiene usted una lista de compra? Si señor, respondió ella.
Está bien, ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, se lo daré yo en comestibles.
La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió en él. Luego temerosa, puso el pedazo de papel en la balanza.
Al hacerlo la balanza bajó de golpe, como si hubiera puesto sobre ella una roca o un pedazo de hierro. Los ojos del dueño y cliente se llenaron de asombro. Tal como había dicho, el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza, pero ésta no se movía, así que continuó poniendo más y más comestibles, pero como la balanza nunca se igualaba, no aguantó más y agarró el pedazo de papel para ver si había algún truco.
El dueño miró el papel y lo leyó asombrado. No era una lista de compra, era una oración que decía:
"Querido Señor, tú conoces mis necesidades, dejo esta situación en tus manos".
El dueño de la tienda le dio a la mujer todos los comestibles que había reunido y se quedó en silencio, mientras la mujer abandonaba la tienda.
“Solo Dios sabe cuánto pesa una Oración”
El dueño, inflexible, le pidió que abandonara su tienda. Pero la mujer pensando en su familia continuó rogándole: ¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como pueda. El dueño se excusó diciendo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito en su tienda.
Cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer.
El cliente se acercó y le dijo al dueño de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia, pero éste no le hizo caso.
Se dirigió a la mujer y le preguntó: ¿Tiene usted una lista de compra? Si señor, respondió ella.
Está bien, ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, se lo daré yo en comestibles.
La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió en él. Luego temerosa, puso el pedazo de papel en la balanza.
Al hacerlo la balanza bajó de golpe, como si hubiera puesto sobre ella una roca o un pedazo de hierro. Los ojos del dueño y cliente se llenaron de asombro. Tal como había dicho, el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza, pero ésta no se movía, así que continuó poniendo más y más comestibles, pero como la balanza nunca se igualaba, no aguantó más y agarró el pedazo de papel para ver si había algún truco.
El dueño miró el papel y lo leyó asombrado. No era una lista de compra, era una oración que decía:
"Querido Señor, tú conoces mis necesidades, dejo esta situación en tus manos".
El dueño de la tienda le dio a la mujer todos los comestibles que había reunido y se quedó en silencio, mientras la mujer abandonaba la tienda.
“Solo Dios sabe cuánto pesa una Oración”
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