Qué ejemplo..

 Tomado de: San Luis informa

Por María Lozano

Caminaba 7 km hasta la escuela y hoy es abanderada...
El despertador de Ana sonaba a las 5:30 a.m. Afuera, casi siempre estaba oscuro. Su escuela secundaria estaba a siete kilómetros de su casa, al otro lado del pueblo, y el colectivo no tenía una ruta que la acercara. Así que Ana, cada mañana, se ataba los cordones de sus únicas zapatillas y empezaba a caminar.
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No importaba el clima.
Si llovía, envolvía sus libros de texto en una bolsa de plástico antes de meterlos en la mochila. Luego, se ponía una campera fina y caminaba. Llegaba a la primera hora de clase con el pelo goteando y los pantalones vaqueros mojados desde las rodillas hacia abajo. Se sentaba en su pupitre tiritando, pero sacaba sus libros secos y escuchaba al profesor de matemáticas.
En verano, el sol calentaba el asfalto y el aire era pesado. Llegaba sudando, acalorada, pero llegaba. Veía a sus compañeros bajar de los autos de sus padres, quejándose del sueño o de la prueba que tenían. Ana solo bebía agua de la canilla del patio y entraba al aula..A ella le gustaba estudiar. Quería entender la historia, resolver las ecuaciones, leer las novelas. Sabía que cada paso en ese largo camino era la única forma de tener una oportunidad diferente a la de su familia.
El último año, sus notas fueron las más altas de toda la promoción.
El día de la graduación, el director anunció su nombre: "La abanderada de la bandera nacional, con un promedio de 9.75, es Ana Vidal".
Ana subió al escenario, tomó el micrófono y miró a sus compañeros, a los padres y a los profesores. Su voz era clara, sin adornos.
"Buenos días. Durante cinco años, yo caminé catorce kilómetros por día para estar en esta escuela", comenzó. Hubo un silencio inmediato en el auditorio.
"Caminé bajo la lluvia tan fuerte que a veces no veía el camino. Llegué con los zapatos llenos de barro y me senté a rendir exámenes con los pies fríos. Me levanté cuando todavía era de noche porque quería llegar a tiempo a la clase de geografía. No tenía otra opción para llegar".
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Hizo una pausa, mirando a los alumnos de las primeras filas.
"Muchos de ustedes viven cerca. Otros vienen en auto o en moto. Se quejaban cuando llovía porque se mojaban diez metros desde la puerta hasta el auto. Valoren eso. Valoren tener los pies secos. Valoren dormir una hora más. Valoren que sus libros nunca corrieron riesgo de arruinarse por una tormenta, tienen computadora y no hacen la tarea, un techo, comida calentita, profesores particulares y se quejan... valoren".
Algunos profesores se secaron las lágrimas. Varios padres asintieron, visiblemente conmovidos.
"Yo no hice esos sacrificios para que sientan lástima", dijo Ana, con firmeza. "Lo hice porque quería aprender. Y hoy estoy aquí. Con esta bandera. Si yo pude caminar siete kilómetros cada mañana bajo la lluvia, ustedes pueden estudiar para la prueba de la próxima semana. Valoren la silla en la que están sentados. Aprovéchenla. A pesar de todo, yo lo logré. Gracias".
Cuando bajó del escenario, el aplauso fue tan fuerte que duró varios minutos. Sus compañeros, muchos de los que se habían quejado del calor o del frío esa misma mañana, se pusieron de pie.
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