Max Lucado
Por María Lozano
Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo:
Quiero, sé limpio.
(Mateo 8:3)
Oh, el poder de un toque divino. ¿Lo has conocido? El doctor
que te atendió, o el maestro que enjugó tus lágrimas? ¿Hubo una mano que
sostuvo la tuya durante el funeral? ¿O sentiste una mano en el hombro durante
el juicio? ¿Un estrechón de manos de bienvenida en un nuevo empleo?
¿Podemos nosotros ofrecer lo mismo?
Muchos ya lo hacen. Algunos tienen el toque maestro del
Médico mismo. Usan las manos, escriben cartas, marcan números de teléfono,
hornean pasteles. Has aprendido el poder de un toque.
Pero algunos tendemos a olvidar. Nuestro corazón es bueno,
es la memoria la que es mala.
Olvidamos cuán significativo puede ser un toque.
¿No nos alegramos de que Jesús no cometió el mismo error?
Como Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario