Por María Lozano
“Todos fueron llenos del Espíritu Santo”
(Hechos 2:4)
Cuando nacemos de nuevo por creer en Cristo, el Espíritu
Santo viene a morar en nosotros. Sin embargo, no significa que nuestra vida de
fe se vuelva poderosa. Si un cristiano
nacido de nuevo quiere recibir el poder de Dios y vivir una vida poderosa,
entonces debe ser lleno del Espíritu
Santo. Este es el bautismo en el
Espíritu Santo.
Los discípulos fueron salvos y nacieron de nuevo antes de
que Jesús fuera crucificado. Sin embargo, todavía no habían sido bautizados en
el Espíritu Santo, y la autoridad de Dios no les había sido dada. Por eso,
todos huyeron cuando Jesús fue arrestado en el huerto de Getsemaní.
Cuando Jesús murió en la cruz, los discípulos quedaron
solos. Pero Cristo resucitó al tercer día, luego se les apareció a ellos y les
prometió lo siguiente: “Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga
sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra” (Hechos
1:8).
En otras palabras, cuando usted recibe al Espíritu Santo, es
y será capaz de testificar de Cristo hasta los confines de la tierra, aun si
eso significara la muerte. Por eso, Jesús ordenó a sus discípulos que no
salieran de Jerusalén, hasta que recibieran al Espíritu Santo.
En el día de Pentecostés, de pronto, vino desde el cielo un
sonido como de un viento recio que soplaba fuertemente y llenaba toda la casa
en donde estaban sentados. Vieron lo que parecía ser lenguas de fuego que se
separaban y posaban sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu
Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que
hablasen.
Cuando los discípulos recibieron el Espíritu Santo, ya no
fueron más débiles, sino que se transformaron en soldados de fe. Pedro, quien
había estado escondido, salió de su escondite y predicó valientemente el
Evangelio. En ese día, se arrepintieron y creyeron tres mil personas. En el
transcurso de trescientos años, la mayor parte de Europa llegó a ser cristiana.
Cuando nacemos de nuevo, nos
convertimos en hijos de Dios.
Pero no tenemos el poder para trabajar por Jesús hasta la muerte. Sin embargo,
cuando somos llenos del Espíritu Santo, recibimos el poder de lo alto el cual
sobrepasa el poder humano y llegamos a ser sabios y poderosos, de tal manera
que podemos ayudar a hermanos y hermanas
que están a nuestro alrededor a ser lo suficientemente fuertes como para luchar
contra el diablo.
Una vida cristiana poderosa y el bautismo en el Espíritu
Santo son los dos requerimientos inseparables en la vida de fe.
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