Tomado de: Historias de Vida
Por María Lozano
Es una realidad que llega un momento en la vida donde los padres, especialmente las madres, sienten el vacío de una casa que solía estar llena de risas y conversaciones familiares. La madre, a menudo el pilar emocional de la familia, entrega su corazón en cada acto: en las comidas preparadas con amor, en las charlas al final del día y en los detalles que solo ella sabe cuidar. Años atrás, la mesa estaba repleta; las voces de los hijos llenaban cada rincón, y en esa convivencia había una calidez que hacía que el hogar se sintiera vivo.Con el paso del tiempo, los hijos toman sus propios caminos, y aunque el amor de la madre sigue siendo el mismo, el hogar se va vaciando. Ella comenta con su esposo, quizás con cierta melancolía, cómo extraña esos días en los que cada silla estaba ocupada, cuando la mesa era un punto de encuentro y los lazos familiares se reforzaban con cada comida, cada risa, cada historia compartida..La casa ahora tiene un silencio que antes era impensable. La mesa, que antes quedaba casi pequeña, ahora parece inmensa, y las sillas vacías le recuerdan que sus hijos, a quienes crió con tanto amor, están ausentes. Es un cambio que duele, sobre todo para ella, porque en cada rincón del hogar hay recuerdos que le hablan de aquellos días que pasaron.
Sin embargo, en medio de esa nostalgia, queda el consuelo de saber que el amor que sembró en sus hijos está presente, aunque ellos no siempre puedan estar físicamente cerca. El sacrificio y el amor que entregó no se pierden; viven en el corazón de cada uno de sus hijos, quienes llevan consigo esos recuerdos y enseñanzas en cada paso que dan en sus propias vidas.
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