Tomado de: Amor cristiano
Por María Lozano
El amor que une a una abuela con su nieta no se mide en años, sino en memorias. Es un amor que nace sin esfuerzo, que se fortalece en los gestos pequeños y se vuelve eterno con el paso del tiempo. Para ella, esa niña no solo era una continuación de su historia, era también su segunda oportunidad de abrazar la vida con más calma, con más ternura.Ese abrazo cálido, en medio del campo y bajo el sol que se despide, representa más que un gesto físico. Es la unión de dos almas en distintos momentos de la vida, compartiendo un lenguaje silencioso que solo el corazón entiende. La una ofrece sabiduría, la otra inocencia. Una recuerda, la otra aprende. Juntas, se completan..La abuela ha vivido pérdidas, ha enfrentado pruebas, ha visto cambiar el mundo… pero al sentir esos brazos jóvenes rodeándola, se da cuenta de que todo valió la pena. Porque en ese instante, el pasado, el presente y el futuro se abrazan también. Y la vida, una vez más, le sonríe.
Para la nieta, esa mujer de cabellos blancos no es solo familia. Es hogar. Es historia viva. Es la voz que calma, los ojos que comprenden sin juicio, las manos que han sembrado amor durante décadas. Y entiende que cada segundo a su lado es un tesoro que un día guardará como un recuerdo sagrado.
Porque hay amores que no necesitan promesas. Solo necesitan tiempo. Tiempo para caminar juntas, para reír, para llorar, para abrazarse así… fuerte, como si nada más existiera. Como si ese instante bastara para sanar el mundo.
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