Tomado de: Nuestro Pan Diario
Por María Lozano
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad. (1 Juan 3: 18)
A medida que los niños crecen, las que somos madres o líderes oramos para que aprendan a distinguir cada vez más entre lo bueno y lo malo. Pero ¡prepárate!. A la larga, estos niños compararán nuestras acciones con nuestras palabras. Si lo que hacemos no concuerda con lo que decimos, van a confundirse y no sabrán qué parámetro tomar para guiarse; si nuestras acciones o nuestras palabras.En su segunda carta a Timoteo, Pablo pudo decir con sinceridad; “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia…”(1:3). Sus acciones eran coherentes con sus palabras.
Después, el apóstol describió la fe de Timoteo como “no fingida” y destacó su herencia espiritual la fe genuina de su abuela Loida y la de su madre Eunice (v: 5). Posteriormente, en esa misma carta, instó ak joven, diciendo: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras” (3: 14-15). Los creyentes cuyas acciones son coherentes con sus palabras pueden influir a generaciones enteras para Cristo.
Los niños colocan un reflector en dirección a la calidad de nuestra vida. La norma más elevada no es: “Haz lo que digo”, sino una vida sincera que declara: “Haz lo que hago”. Esto significa que las acciones y las palabras concuerda. ¿Es tu caso?
Los niños tienden más a hacer lo que haces que lo que dices.
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