Tomado de: German Bocco
Por María Lozano
En el barrio de San Telmo, donde las calles de adoquines guardan secretos de siglos y los balcones respiran tango, Elena Suárez, una costurera de 67 años, vivía rodeada de retales de tela y recuerdos. Había enviudado hacía más de una década, y desde entonces, su mundo se había reducido a su máquina de coser, su gata Mimí y los paseos matinales al mercado.Una mañana de otoño, mientras limpiaba el viejo arcón que perteneció a su madre, encontró un sobre amarillento, sin abrir, escondido entre papeles antiguos. La tinta desvaída revelaba un remitente: Martín Álvarez.
El corazón de Elena se aceleró. Martín había sido su primer amor, un joven poeta con el que compartió veranos enteros escribiendo en los muros y soñando con recorrer el mundo. La vida los separó: él partió a España buscando oportunidades, y ella se quedó cuidando a sus padres enfermos. Nunca volvieron a verse.
Con manos temblorosas, abrió la carta.
“Querida Elena,
Si alguna vez lees esto, es porque no tuve valor de decírtelo en persona. No me fui porque quisiera. Me fui porque tu padre me lo pidió. Me dijo que yo no tenía futuro, que no podía darte la vida que merecías. Y aunque dolió más que nada en el mundo, acepté. Siempre estarás en mis versos, siempre serás mi hogar perdido.”
Las lágrimas de Elena mancharon el papel. No era el abandono lo que la había separado de Martín, sino un silencio impuesto. De pronto, comprendió que había vivido más de la mitad de su vida sin saber la verdad.
Esa misma tarde, con el coraje que solo da la edad, buscó en internet el nombre de Martín Álvarez. Descubrió que era un escritor retirado que residía en Granada, España. Su corazón volvió a latir como en la adolescencia.
Después de días de dudas, decidió enviarle un correo electrónico sencillo:
“Martín, encontré tu carta. Han pasado 45 años, pero aún recuerdo cómo sonaba tu risa en las calles de San Telmo. —Elena.”
La respuesta llegó al día siguiente:
“Elena, mi Elena… pensé que nunca volvería a saber de ti. Si la vida me da un último regalo, que sea volverte a ver.”.Semanas después, en el Aeropuerto de Ezeiza, dos ancianos que habían cargado medio siglo de ausencias se abrazaron como adolescentes que se reencuentran tras una breve espera. Entre lágrimas y risas, entendieron que el tiempo puede marchitar la piel, pero no el amor verdadero.
Esa noche, caminando por San Telmo, él le dijo:
—He escrito mil poemas, Elena, pero ninguno fue tan real como este momento.
Y ella respondió, con una sonrisa que le iluminó el rostro cansado:
—Entonces no volvamos a escribir con tinta. Sigamos escribiendo con vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario