Tomado de:Susana Rangel
Por María Lozano
Ella vivía sola en una casa vieja.Puertas que rechinaban, goteras, y un jardín que crecía salvaje.
Tenía hijos, sobrinos, primos… pero nadie la visitaba.
En Navidad, comía sola.
En su cumpleaños, nadie llamaba.
En el hospital, solo escuchaba su propio nombre en boca de las enfermeras.
Pero un día… todo cambió.
Murió..Y entonces sí llegaron.
Llegaron con flores caras, trajes nuevos, y lágrimas perfectamente medidas.
Se abrazaban fuerte, como si el dolor fuera real.
Pero en los pasillos, no hablaban de ella…
hablaban de “la casa”.
De “los papeles”.
De “lo que nos toca”.
Y lo más triste no era que nadie la hubiera cuidado…
lo más triste era que ninguno sentía vergüenza.
Cuando el abogado leyó el testamento, hubo silencio.
Ella, con su letra temblorosa, había escrito:
“A mi familia, la de verdad, ya la cuidé en vida.
Lo que dejo, es para quienes estuvieron…
cuando yo no tenía nada.”
Moraleja:
La herencia más valiosa no son las casas, ni las cuentas, ni las joyas.
Es el amor que diste… y que te devolvieron.
Porque quien no estuvo para compartir tu mesa vacía…
no merece sentarse en tu mesa llena.
–Susana Rangel




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