Por María Lozano
Lectura: 1 Timoteo 6:17-19
Una niña de uno de los países más pobres del mundo y que viajaba por primera vez fuera su país, se encontraba visitando Toronto, Canadá, gracias a una oportunidad brindada por un organismo mundial que da auxilio a los necesitados. Allí se hospedó en la casa de una señora que trabajaba para dicha organización...
Mirando por la ventana trasera de la casa, la visitante preguntó: “¿Quién vive ahí?” Pensando que la niña se refería al patio, la anfitriona le dijo: “Nadie”.
“No – insistía la invitada – quiero decir ahí” dijo señalando el garaje de la mujer. “¿Quién vive ahí?” “Nadie – dijo nuevamente la anfitriona – es una casa para un auto”.
La niña se quedó pasmada. Una y otra vez repetía: “¡Una casa para un auto!, ¡Una casa para un auto!”. A la niña la había conmocionado el hecho de que la gente, no sólo podía comprar un auto, sino también una casa para guardarlo.
Cuando pienso en esto entiendo su conmoción. En cierta forma parece injusto y hasta vergonzoso el darse cuenta de que algunos de nosotros tenemos tanto y otros tan poco.
El apóstol Pablo no consideraba que la riqueza fuera pecado, pero sí comprendía los peligros que conlleva. En sus instrucciones a Timoteo le enseño: “a los ricos de este siglo” a que fuesen “dadivosos y generosos” (1 Timoteo 6:17-18).
Dios espera que usemos sus bendiciones para bendecir a nuestra familia primeramente y luego a los otros. “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” Gálatas 6:10.
¿Estamos usando lo que Dios nos ha dado para mostrar Su amor a otros? ¿Estas agradecido con Dios por todas las bendiciones que el Señor te ha permitido disfrutar? ¿Cuando fue la última vez que le dijiste: “¡Gracias Señor, por tu amor y bendiciones inmerecidas!”?
Puesto que Dios nos da todo lo que necesitamos, ¿deberíamos dar parte de eso, a los más necesitados o a la obra del Señor en un mayor porcentaje?
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