Por María Lozano
Colosenses 3:22-4:1
George Herbert era un talentoso poeta inglés del siglo 17. En un momento específico de su vida no deseaba hacer lo que Dios quería que él hiciese. Ser el predicador de una iglesia que no le atraía mucho, a pesar de que sentía que Dios lo estaba dirigiendo hacia esa vocación. Tenía sus dudas porque pensaba que tendría que renunciar a demasiadas cosas...
Después de un tiempo de lucha rebelde, se dio cuenta que la sumisión al señorío de Cristo es la salida a la esclavitud egocéntrica y abre la puerta a una auténtica libertad y realización. También se dio cuenta de que servir al Salvador generalmente no acarrea un martirio heroico. Más bien se trata de desempeñar las tareas más humildes con buena disposición y en actitud de adoración para la gloria de Dios.
Muchos del pueblo de Dios se angustian porque no pueden entregarse a lo que se conoce como “ministerio o servicio a tiempo completo”. Sin embargo, todos nosotros, cualquiera que sea nuestra vocación, contabilidad, agricultura, enfermería, ama de casa, taxista, publicista, constructor o alguna otra cosa, necesitamos reconocer que siempre trabajamos para el Señor. En Colosenses 3:23 leemos: “Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no como para la gente”.
Cualquier empleo cobrará un mayor significado, si hacemos nuestro trabajo conscientemente para Dios.
Todos los creyentes trabajan para el mismo patrono: Dios.
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