Por María Lozano
Lectura: Ester 3:1-7; 7:1-10
Amán tenía muchísimo poder en el reinado de Asuero, pero quería más. Al ver que el judío Mardoqueo no se inclinaba ante su arrogancia, Amán no se contentó sólo con vengarse de él, sino que quiso destruir a todos los judíos de Persia. Pero el anhelo de venganza le costó su propia vida (Ester 7:10).
Nosotros también podemos autodestruirnos hoy por nuestro propio orgullo, avaricia, lujuria o sed de venganza....
En el libro de Daniel Schaeffer titulado: “Dancing with a Shadow” (Bailando con una Sombra), los esquimales idearon una manera de matar lobos. Enterraban un cuchillo en el hielo con el mango hacia abajo completamente tapado. Luego colocaban trozos de carne fresca sobre la cuchilla y la dejaban congelar. Los lobos olían la sangre a una gran distancia y se acercaban para devorarla. Al lamer la carne congelada iban entrando poco a poco en un frenesí. Al poco comenzaban a saciar su hambre con su propia sangre. Lamían y lamían hasta que morían desangrados.
Esta ilustración parece un tanto cruda, sin embargo cuando no reconocemos el peligro del pecado y nos permitimos obsesionarnos con él, caemos en el peligro de autodestruirnos, como Amán. Para evitar ese final, abramos nuestros corazones, y nuestra vida diariamente para que Dios los examine y pidámosle que nos perdone por el pecado que Él nos revele.
La autocomplacencia conduce a la autodestrucción.
Necesitamos rápidamente reconocer cuando nos enfrentamos a una actitud pecaminosa y sus peligrosas implicaciones, debemos frenar esas actitudes o acciones que tan sólo nos hacen daño, pide al Señor que te ayude en esa lucha diaria contra el pecado.
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