La justa medida

Tomado de: Mi Devocional
Por María lozano


lectura: 1 Tesalonicenses 2:1-13

Hay muchos padres que crían a sus hijos ejerciendo tan sólo una dura autoridad, sin embargo la Biblia nos recuerda que existen otras formas de criar a los hijos, y recomienda en muchas ocasiones la T.A.E.: ¡Ternura, amor y exhortación!....
Pablo y sus colaboradores Silvano y Timoteo eras padres espirituales de la familia de Dios en la iglesia de Tesalónica. Pablo dijo: “…los hemos tratado con ternura, con el mismo cuidado de una madre por sus hijos.” (1 Tes. 2:7). Y luego amplió de la siguiente forma: “…los hemos exhortado y consolado, como lo hace un padre con sus hijos”. Al igual que todos los padres creyentes, Pablo deseaba que sus hijos espirituales creciesen hasta reflejar la gloria de Dios.
Ciertamente debemos oponernos al mal, pero deberíamos ser un tanto más amables y sensibles con las personas a las cuales les estamos compartiendo el evangelio y aún más cuando estamos hablando de personas que recién han llegado a los caminos del Señor.
Dicho de otra forma, hemos de odiar el pecado, pero amar al pecador. Esta forma de actuar, no es de fácil aplicación, sobre todo con aquellos a quienes conocemos mejor o que consideramos más “malos” o menos “dignos” que nosotros. Al escritor C.S. Lewis le parecía imposible hasta que recordó: “Había un hombre con quien yo practique esto toda mi vida: ¡yo mismo!”.
Apliquemos el principio de la regla de oro que aparece en Mateo 7:12 “Así que, todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con ellos, porque en esto se resumen la ley y los profetas.” Haciendo esto quizás podamos descubrir el poder de la verdad con amor. No estamos diciendo que debemos de bajar nuestro estándar de pureza, si cometemos un error, habrán consecuencias, el punto es que en lugar de exhortar y corregir; muchas veces nuestras acciones tienden a destruir a la persona y esto sin duda no es la justa medida que nos enseña la Biblia.
Cuando la verdad se mezcla con amor, es más fácil de aceptar.
Cometeríamos menos errores, sin antes pensáramos las implicaciones de lo que hablamos y lo que hacemos.

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