Hermosa enseñanza del yerno..

Tomado de: ALZtivista ALZheirmer

Por María Lozano

¡Ya estuvo! ¡Basta! ¡Mamá, ya no puedo más! — gritó desesperada Leticia desde la cocina. En ese momento Esteban sintió el olor a plástico quemado.
Corrió hacia donde estaba su esposa y vio la escena: ella sostenía lo que quedaba de la tetera eléctrica, mientras su suegra, de ochenta años, la miraba con ojos perdidos, sin entender por qué su hija estaba tan alterada.
— ¿Qué pasó ahora? — preguntó Esteban con calma, aunque ya imaginaba qué había ocurrido.
— ¡Mira nada más! — chilló Leticia. — ¡Puso la tetera eléctrica sobre la estufa de gas y encendió la flama! ¡Quería hacerse un té! No solo quemó el aparato, ¡pudo haber incendiado la casa! ¿Y si no hubiéramos estado aquí? Ya no puedo seguir así. Mañana mismo empiezo los trámites para ingresarla a un asilo.
La señora, al oír eso, miró a su hija con extrañeza y sin decir nada se fue a su cuarto.
— ¿Lo dices en serio? — preguntó Esteban.
— ¡Más que nunca! — respondió Leticia, aún alterada.
— ¡Ya no puedo más con esto!
— Se aguanta lo que se tiene que aguantar. Es tu madre — dijo él, tomando la tetera derretida con una sonrisa forzada. — No te preocupes por esto, yo te compro otra..

— ¡No me vengas a calmar! — soltó ella con enojo. — En el trabajo me dicen desde hace meses que la meta en un hogar para ancianos. Pero yo por escucharte a ti, he aguantado. ¡Pero ya basta! Si no lo hago, va a quemar el departamento y terminaremos todos en la calle.
— Pues si lo quema… lo quema — dijo Esteban encogiéndose de hombros. — Será nuestro destino. Pero mientras tanto, cerremos la llave del gas cuando no estemos en casa. Y sigamos aguantando.
— ¡Ya no quiero que se burlen de mí! — Leticia se tapó los oídos. — ¡Tú y ella se burlan de mí! ¡No puedo más!
— Yo no me burlo de ti — dijo Esteban. — Pero es tu mamá, y tenemos la obligación de cuidarla. La demencia senil es cosa de la edad. No tiene cura. Y nosotros también podríamos padecerla algún día.
— ¡Yo no tengo por qué aguantar esto! — lo interrumpió Leticia. — Para eso existen los hogares de cuidado, para que los que estamos sanos podamos tener un poco de paz. Yo solo quiero vivir tranquila. ¿Es mucho pedir?
— Sí — respondió Esteban con firmeza.
— ¿Cómo que sí?
— No te voy a permitir que lo hagas. Esto es una prueba, y tenemos que vivirla juntos. No vino por casualidad.
— Di lo que quieras, pero esta vez voy a hacer lo que considero correcto. Como mujer, tengo que proteger mi hogar por cualquier medio. Y lo voy a hacer.
— ¿Y eso de que es tu mamá, ya no te importa?
— La voy a ir a visitar. Cada mes. Ahí va a estar mejor. La van a cuidar, le van a dar comida especial para su edad. Hasta nos va a dar las gracias, ya verás. Aquí le grito, allá la atienden profesionales con nervios de acero. Yo ya no aguanto más. ¡Ya basta! No soy una niña.
— Está bien — dijo Esteban, de pronto.
— ¿Ya entendiste? — suspiró Leticia aliviada.
— Me voy a ir. Hoy mismo.
— ¿Cómo que te vas?
— No sé bien. Tal vez con mi hermano. Su esposa está fuera de la ciudad, fue a cuidar a la nieta.
— ¿Con tu hermano? ¿Y eso por qué?
— Porque si tu mamá se va de esta casa… yo también me voy.
— ¿Qué dices? — Leticia se dejó caer en la silla.
— ¿Me vas a dejar?
— No te estoy dejando a ti — respondió él.
— Estoy dejando a una mujer que no reconozco. Una mujer que piensa abandonar a su madre cuando más la necesita. Mira, Leticia, puedo perdonarte el mal humor, la frialdad, incluso si ya no me amas. Pero ser capaz de traicionar así… eso no. Eso no puedo.
— No es traición — murmuró Leticia, con lágrimas en los ojos. — Es impotencia… es cansancio… es miedo de enloquecer…
— No. Te estás mintiendo a ti misma — negó él con la cabeza. — Quieres hacer tu vida más ligera a costa de la vida de alguien más. Y si lo haces con tu madre… también podrías hacerlo conmigo o con nuestros hijos. ¿Y para qué esperarme a que pase? Mejor me voy desde ya.
— ¿De qué hablas? ¿Qué tienen que ver tú y los niños?
— Mucho. Si estás cansada, tómate un descanso. Vamos a la playa. No te diré nada. Entiendo que el cuerpo y la mente se desgastan. Pero la humanidad… esa no se recupera. O la tienes… o nunca la tuviste.
— ¿Y entonces qué hago? — preguntó Leticia con voz vacía.
— ¿Seguir aguantando?
— ¿Qué haces? — repitió él.
— Saca una olla. Pon agua a calentar. Y prepárale el té a tu madre. Creo que en verdad quería uno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Dime corazón...

 Tomado de: Guillermo Rosales Medellín Por María Lozano Dime, corazón, cuándo fue la última vez que te escribieron tan intensamente como yo ...