Abrazando la Amistad y el Amor

 Tomado de: Sagrada Palabra

Por María Lozano


"Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo.” Eclesiastés 4:9

La amistad se presenta como un regalo sagrado que Dios nos ha concedido. A menudo, banalizamos el término, perdiendo de vista su auténtico significado y su peso espiritual. Sin embargo, es una de las bendiciones más espléndidas que hemos recibido y debemos venerarla en el nombre del Creador..A lo largo de nuestro peregrinaje terrenal, nutrimos una variedad de relaciones amistosas. Establecemos conexiones con tantas almas que, en ocasiones, podemos dar por sentado que estarán presentes en los momentos de necesidad. No obstante, es crucial comprender que un amigo genuino no solo comparte nuestras alegrías, sino que también camina a nuestro lado en las penurias más oscuras de la existencia.
“En todo tiempo ama el amigo; para ayudar en la adversidad nació el hermano.” Proverbios 17:17

En medio de desacuerdos que a veces distancian, debemos recordar que una amistad sincera, arraigada en el corazón, requiere que despleguemos dones como la humildad, la compasión y la fidelidad. Mantengámonos receptivos y dispuestos a escuchar sus perspectivas, comprendamos sus motivaciones e inquietudes, mientras ellos hacen lo mismo por nosotros.
Pues, en última instancia, un amigo es un don divino que nos acompaña en la danza de la vida, ya sea en la calma de la cosecha o en las tormentas más imponentes.

En este maravilloso sentimiento, descubrimos la auténtica esencia y el valor profundo de la amistad. Esta reciprocidad afectiva se cimienta en valores divinos como el amor desinteresado, la sinceridad, la lealtad y el respeto. Es un compromiso que Dios nos ha otorgado, y debemos resguardarlo como un tesoro preciado del Espíritu.

“Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce.” 1 Juan 4:7

Cristo nos nombra amigos y nos ama incondicionalmente, trascendiendo nuestros errores y defectos. Seguir Su ejemplo implica aplicar ese amor con nuestras amistades.
Cuando las cargas se vuelven abrumadoras y sentimos que la adversidad nos supera, hallamos consuelo en el apoyo y los consejos de amigos verdaderos. En esos momentos cruciales, la solidaridad y la misericordia entre hermanos se manifiestan. Seamos el sostén de nuestros amigos en sus momentos de angustia, nunca abandonándolos en la oscuridad.

En cada amigo, descubrimos un reflejo de la luz divina que guía nuestra travesía. En medio de las risas compartidas y las lágrimas consoladoras, reconocemos la presencia de Dios en estos lazos terrenales. Así como Cristo compartió su amor incondicional con sus amigos, se nos llama a emular este amor en nuestras relaciones cotidianas.

“Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.” Juan 15:13
La amistad es, innegablemente, un don divino, una bendición que nos permite evolucionar y transformarnos constantemente. En cada acto de amor y respaldo hacia nuestros amigos, rendimos homenaje a Dios y a Su amor incondicional hacia nosotros. Reconocer la amistad como un regalo sagrado nos conecta con la esencia misma de la divinidad y nos impulsa a ser canales de amor y comprensión en el mundo.

Al cerrar este círculo de reflexión, abrazamos la gratitud por cada amigo que ilumina nuestro camino. En sus risas, encontramos la melodía de la gracia divina, y en sus abrazos, sentimos el amor que fluye desde lo alto. Que cada amistad sea un recordatorio de la generosidad de Dios y un compromiso renovado de ser portadores de amor y compasión en este viaje llamado vida. Con corazones agradecidos y manos entrelazadas, seguimos adelante, confiando en que la amistad, inspirada por lo divino, nos guiará en todas las estaciones de la vida.

























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