Una Promesa de Vida

 Tomado de: Sagrada Palabra

Por María Lozano


"Un corazón alegre le hace bien al rostro, pero las penas del corazón abaten el ánimo." Proverbios 15:13
Dios, en su infinita sabiduría, nos instruye sobre la importancia de cultivar la bondad y la compasión. Estos son los cimientos que nos conectan con la promesa de su amor eterno como nuestro Padre celestial.

En la cotidianidad, puede parecer un desafío encontrar en nosotros mismos ese espíritu compasivo, pero con Cristo en nuestras vidas, podemos confiar en que está presente, esperando ser despertado y utilizado.

La palabra sanadora de Dios no debe ser un conocimiento estático; debe fluir a través de nosotros como un río que toca los corazones de nuestros hermanos. Este acto implica más que compartir un mensaje, implica un compromiso profundo y una determinación inquebrantable. Para ayudar a los necesitados, debemos estar listos y dispuestos...

“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Mateo 9:36

En momentos de enfermedad o aflicción, nuestro actuar va más allá de acciones tangibles. La comunicación, empatía y conexión con los demás se vuelven esenciales. Orar por un hermano enfermo no solo es un acto eficaz de consuelo, sino también una puerta que abre la calma y destierra los pensamientos negativos que puedan surgir en la adversidad.

Recordar las tormentas superadas con la mano del Señor es vital para encontrar la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos presentes. Dios nunca nos abandona en nuestro destino; debemos dar el primer paso siguiendo el ejemplo de Jesús.

¿Cómo servir a nuestros hermanos en momentos de sufrimiento y llevar la paz de Dios a sus corazones? Esta es una pregunta común. La respuesta no yace en la pasividad, sino en un compromiso profundo con la compasión del Señor. Meditar en su amor y estimular el deseo de ver a otros liberados de sus tormentos nos orienta hacia un actuar auténtico.

“¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor”. Santiago 5:14

Cuando compartimos el alimento espiritual con un hermano que está atravesando dificultades, nos convertimos en instrumentos utilizados por el Altísimo para reflejar su compasión. Esto es el amor de Dios manifestado en acciones tangibles que buscan aliviar el sufrimiento de sus hijos.

Entendamos la compasión no solo como una palabra que se pronuncia sino como un acto profundo de amor. Ser compasivo significa ponerse en el lugar de los demás, vivir con la convicción de que nuestro propio corazón no estará en paz mientras nuestros hermanos sufran. La verdadera compasión no solo identifica el sufrimiento, sino que también actúa en consecuencia.

Como hijos del Señor, la compasión no es solo una opción, sino una obligación sagrada. Debemos comprometernos a vivir según el plan perfecto de Jehová, comprendiendo que nuestro corazón no hallará la paz hasta que nuestros hermanos encuentren alivio en sus penas y necesidades.

“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. 1 Juan 3:16

A través de la compasión, nos convertimos en instrumentos divinos, extendiendo la mano de Dios a los quebrantados y desconsolados. Es un recordatorio constante de que, al ser portadores de la luz divina, estamos llamados a iluminar los rincones oscuros con la llama cálida de la compasión.

Que nuestras vidas resplandezcan con la compasión que fluye del corazón mismo de Dios. Que, al mirar a nuestro alrededor, veamos no solo las necesidades materiales de nuestros hermanos, sino también sus heridas emocionales y espirituales. Que seamos arquitectos de la esperanza, constructores de puentes que unen corazones con el amor eterno de nuestro Creador.

En cada acto compasivo, reafirmamos nuestro compromiso con el llamado divino. Que esta compasión, emanando como un manantial eterno, fluya a través de nosotros, dejando a su paso un rastro de amor divino que perdure más allá del tiempo y el espacio.


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