Tú me enseñaste a extrañarte

 Tomado de: Entre café y libros

Por María Lozano

Tú me enseñaste a extrañarte, y surgió esta frase. Y bueno, hace dos semanas que no la veo, no le he llamado, ni ella me ha buscado. Recuerdo cuando la vi por primera vez, en el barrio donde viví de pequeño, delgada, con el pelo negro, espigada y muy linda, sin duda alguna, muy linda. Y de pronto estábamos juntos en el salón de clases, era el primer día de clases, la vi entrar. Ahí comenzó todo, me empezaron a sudar las manos, no aguantaba la estridencia en mi panza, ahora sé que no es dolor, son las dichosas mariposas, y mi mente se enfocó en ella..Pasaron los años, ella seguía en la escuela donde yo iba, pero ya no me tocó en el mismo salón. Llegó la época de la secundaria -para entonces, ya contábamos con doce años aproximadamente- y apareció la Celestina, una amiga en común. Me dijo: tú le gustas a mi amiga, y fue un estruendo en mi corazón. Ahí me di cuenta de eso que llaman coincidir, es maravilloso, coincidir con alguien, y más aún en la atracción, en los sentimientos, en el amor. Recuerdo que nos vimos una vez, y se lo dije, le dije que si quería ser mi novia. Yo, como siempre, he sido muy audaz, me le declaré, eso también, siempre he sido muy formal. De ese noviazgo sólo una vez nos vimos, y esa vez fue para recibir una terrible noticia, determinante. Y me dijo: no quiero ser tu novia. Sin explicaciones por parte de ella, y por mi parte, ni tiempo me dio para hacerle preguntas. Después de eso no la volví a ver más. Nuestros caminos siguieron su cauce y le perdí su rastro por mucho tiempo.
Pasaron casi treinta y cinco años y la volví a ver. Me enteré de un barcito en el barrio donde pasé mi infancia y fui. Estaba tomando una cerveza y escuchando buena música, sentado en la barra y charlando con el cantinero. Desde mi lugar veía a todas las personas que entraban y salían. De pronto y sin esperarlo entró ella, como aquel día en clases, pero treinta y tantos años atrás. Esta vez no me sudaron las manos, el estómago tampoco me dolió, lo que si se repitió fue que mi mente se enfocó en ella, y una cosa más, mi corazón se aceleró como el de los colibríes. Fui a saludarla. Fue breve, pero lo suficiente para intercambiar números telefónicos. La saludé posteriormente a ese día, le llamaba casi a diario, charlábamos mucho tiempo, pero nada pasaba.
Hasta que una noche recibí una llamada de ella, según se había equivocado, y se disculpó. Charlamos unos minutos, era su cumpleaños. Esa misma noche, antes de llegar a casa, le devolví la llamada. Le dije, con mi audacia de siempre, que si podía ir a saludarla. Y nos vimos, charlamos, reímos y disfrutamos una noche como jamás la disfruté. Llegó el momento de la despedida, sin querer despedirnos, pero ya era un poco tarde y había que ir a descansar. Y me planta un beso. Yo lo disfruté plenamente, de esos besos robados que jamás olvidas. Aún lo llevo, y lo llevaré por siempre.
Ya pasaron dos semanas y no la he visto, quiero verla para decirle ésto:
Te aseguro que te pienso más de lo que te imaginas
Que te extraño más de lo que piensas
Y que te amo más de lo que a veces puedo demostrar y te demuestro.
Eso le diría.
Guillermo Rosales Medellín.
Derechos Reservados
Todas las reaccio

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

La práctica de hacer regalos silenciosos

 Tomado de: Alfonso De Caro  Por María Lozano -Busca un lugar público, como una plaza, un parque, una estación, y colócate en un sitio que t...