Indigencias

 Tomado de; Entre Café y libros 

Por María lozano

Como pidiendo posada, con su mirada triste y su caminar lento, muy lento, así iba por la calle el señor Jaimez, ese indigente que alguna vez fue un perito de las letras.
De aspecto insolente, pero de corazón benevolente, barbudo, y cabello cano, despeinado y despreocupado, siempre de traje, sin corbata, ni calcetines, zapato bostoniano muy gastado.
Con una identidad perdida como su destino.
No sabía jamás que le depararía el día, caminaba, no paraba y tampoco sabía dónde dormiría y mucho menos si iba a comer algo.
Eso sí, siempre tenía una palabra amiga, un saludo de buenos días, buenas noches y hasta mañana.
El respeto nunca la perdió, lo que perdió fue el rumbo, era como si lo desconectaran de su psique, poco recordaba..En su mirada se veía miedo, asustado y ensimismado.
Y eso hacía demostrar su soledad, olvidando su propia existencia. Diariamente, se le veía vagabundear por la plaza central, buscando un bocadillo para mitigar el hambre.
Llevaba consigo un diario, de pastas duras, ajado, ruido, con todas las hojas en blanco, también llevaba un bolígrafo ya con muy poca tinta.
Cada vez que se le acercaba alguien, abría su diario y les contaba un cuento.
Por supuesto que ese cuento lo inventaba al momento, porque el diario tenía las hojas en blanco, a excepción de la primera.
Esa primer hoja tenía una fecha, 17 de junio de 1966; estaba escrito en la parte superior derecha de la hoja, en caligrafía.
Era lo único que tenia escrito su diario, aunque no se sabe porque esa fecha, pero seguramente debe significar algo importante.
Siempre andaba solo, caminaba, caminaba y caminaba.
Él imaginaba volver a la realidad, y creía que al mencionar algo de su vida anterior se reincorporaría al presente.
Vivía repitiendo esta frase, “la felicidad es hoy” y pululaba la felicidad en el.
Ser feliz con uno mismo es suficiente para poder serlo con los demás.
El Sr. Jaimez un ejemplo de que, quien menos tiene menos necesita…
Guillermo Rosales Medellín.
DAR

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