Tomado de: Gabriel García Márquez
Luis SN
Por María Lozano
En nuestro País hoy es un día dedicado a nuestra madre.Y como las grandes cosas se honran con sencillez, la reflexión de hoy será sencilla.
Pensar en esa que nos dio la vida y que tal vez no fue o sea la mejor, pero fue y es la nuestra.
Aun aquellas del corazón.
Seguramente quienes la tienen y pueden verla le dedicarán algo de tiempo.
Quienes no la tenemos seguramente nos tomaremos un ratito para reordenar nuestro interior y dedicarle un momento especial.
Yo iré a abrevar en las aguas mansas del recuerdo y a disfrutar, aunque sea a la distancia, de esa bendición doble que me dio la vida, que es la de haber tenido también una madre del corazón.
Esa “tía” por elección donde uno ha buscado cobijo como los pichones debajo del ala de su madre.
De mi madre natural aprendí mucho, aún de sus silencios.
Aprendí a amar aun equivocándome, porque del error aprendí que, amando, fui amado.
Y cuando no fui amado, aprendí a olvidar sin rencores.
También aprendí a hacer amigos.
Pocos, pero valiosos, fieles, sinceros.
De esos que no se les dobla el hombro cuando el peso de las penas necesita donde apoyarse.
Quizá porque ella era así con sus amigas.
De puertas y brazos siempre abiertos..Aprendí que esos amigos podían cuestionar mis certezas porque de esa manera sería consciente de mis verdaderos límites y aciertos, manteniendo los pies en la tierra.
De ella aprendí que debo ser útil mas no creerme indispensable.
Y que, en los momentos malos, cuando he perdido todo y no ha quedado casi nada, ese “ser útil” me ha sido suficiente para sacar las fuerzas y poder mantenerme en el camino correcto.
También aprendí a ser tolerante.
No con los que se equivocan poco, sino con los que se equivocan mucho, porque ella era una mujer tolerante y su ejemplo me sirvió de crisol.
Aprendí a poder soportar los momentos de tristeza sin olvidar que la risa diaria es buena para sanar.
Aprendí la observancia de las personas que nos rodean, que entre ellas hay seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices.
Hoy, una vez más, agradezco al cielo por la madre terrenal que tuve y que partió cuando estábamos en paz mutua.
En sus últimos días me enseñó a plantar algunas semillas para poder acompañarlas en su crecimiento y poder descubrir en cada una de ellas de cuántas vidas está hecho un árbol.
A dejar partir a los afectos que han muerto porque a medida que han ido muriendo he podido llorar sin lamentarme sufriendo luego por sentirme culpable.
Inclusive me lo hizo sentir en carne propia la última noche antes de partir en paz.
Y de mi otra madre, la de la vida y el corazón, aprendí del amor desinteresado y sobre todo de la madurez.
En esa naciente madurez fui creciendo de a poco hasta el punto que casi maduro, hoy no quiera volver atrás para rejuvenecer.
A sus casi 100 años, en su absoluta lucidez y claridad de pensamiento, en cada visita que le hacía, aprendí a ser viejo sin desesperar.
Porque mi madre del corazón me enseñó que cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario que eso nos ayude a caminar y a lograr la madurez final.
Pero la verdadera enseñanza vino, en sus diferentes modos, de mano de las dos.
Y fue que siempre tenemos la oportunidad de llevar una acción o palabra de consuelo, la grandeza de un pequeño gesto, que siempre podemos más.
Me siento bendecido porque me educaron y enseñaron bien, aunque me haya tomado a veces la libertad de ser “mal aprendido”.
Sería injusto si en éste día me olvidara de esas “tías” que seguramente hay en cada familia y que cumplen por mandato Divino el rol de madre.
Esos seres especiales que por diversos motivos dejaron de lado el proyecto propio de formar una familia y quedaron relegadas para poder cuidar a sus padres y con el tiempo a sus sobrinos, transformándose en esos ángeles de la guarda de alas quebradas.
Quizá alas quebradas por propia decisión para no sentirse tentadas a tomar el vuelo propio y que cuando pudieron hacerlo, ya era demasiado tarde.
Esas tías de misión misteriosa, escondida en el anonimato, que velan por todos.
Seguramente hoy tendremos algunas de estas mamás alrededor.
Por eso en éste día, que el abrazo se transforme en el refugio de los miedos, y que si corre alguna lágrima por tanta decepción que nos rodea, sea simplemente un remanso del alma.
Con errores, con desaciertos, con cosas pendientes, pero abracemos con el corazón en carne viva a aquellas madres que aún rondan nuestras vidas.
Feliz día a todas las madres.
Que sea un buen domingo.
Lhs
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